Esta es una historia que me dedicó alguien muy importante en
mi vida. Me pareció tan especial que he querido compartirla con todos vosotros.
Espero que os guste.
"Ella
nació en el segundo que separa la noche de la mañana.
En ese segundo que se encuentra
situado justo después de la muerte de la última estrella y antes de que el Sol
se queda con el cielo para él solo. Son muchos los que creen que no existe ese
instante; los que piensan que el paso de la noche a la mañana forma parte de un
proceso continuo e indivisible. Se equivocan.
Ella lo supo desde su nacimiento.
Nacer en el segundo que separa la noche de la mañana le enseñó a apreciar el
instante preciso. Nunca se le escapaban esos momentos mágicos en los que
ocurren las cosas. Como cuando mama la mira y sonríe y cuando, justo después de
eso, papá sonríe porque ve sonreír a mamá. O como cuando el viento cambia de
dirección y todas las flores del campo se pliegan a su capricho.
Ella aprendió que en los momentos
importantes casi nunca hay palabras, pero casi siempre hay ruidos. Risas,
sollozos o ese leve roce que se escucha cuando la yema de unos dedos familiares
te acarician la piel. Y luego está el silencio, que algunas veces es capaz de
hacer que te estallen los oídos. El silencio que antecede a uno de esos besos
que se dan antes con los ojos que con los labios. El silencio que acompaña a
las despedidas.
Ella descubrió que esos momentos
mágicos, únicos, pueden ser buenos y pueden ser malos. Algunos hacían que la gente
estuviese triste durante un tiempo. Otros te ponen contento. Sin embargo, todos
están llenos de emoción. Ella es capaz de adivinar el dolor que se oculta
detrás del brillo de unos ojos risueños. También sabe que todos los caminos que
llevan hasta el instante preciso están llenos de piedrecitas, esguinces y
miedos. Ella nunca tendría miedo a caminar. Eso lo ha aprendido de sus padres.
Ella sabe que lo realmente importante
es sentir el momento. Saborear las sonrisas y paladear las lágrimas. El segundo
que separa la noche de la mañana se siente en el corazón, no se ve con los
ojos. Por eso sonríe cuando se cruza con esas personas que se pasan todo el
amanecer mirando hacia el cielo con visores especiales. Ella conoce la hora exacta
a la que tiene que pararse, cerrar los ojos y sentir como desaparece la última
estrella del firmamento con un dulce “hasta mañana”.
Ella no le tiene miedo a la
oscuridad. Ella nació entre la noche y la mañana. Le gusta que el sol le golpee
la cara en los días más calurosos. Le gusta mojarse cuando a las nubes les da
por llorar. Le gusta extender el brazo y dejar que los copos de nieve vayan
cayendo sobre la palma de su mano. Le gusta el misterio que rodea a la niebla.
Y cada vez que la luna sale a dar un paseo, le gusta soñar.
Ella ha visto muchos instantes
precisos y no todos han sido bonitos. Al final, ha llegado a la conclusión de
que el miedo y la tristeza también son buenos porque te recuerdan que la
felicidad no depende sólo de uno mismo. “Que triste sería la vida si no nos
hiciesen falta los demás”, se dijo un día. Por eso le gusta abrazar a la gente
que se siente mal, y que la abracen cuando ella no está bien. Un abrazo sincero
siempre te hace recordar que es lo realmente importante.
Ella nunca ha preguntado la hora de
su nacimiento. No le importan el día, el mes ni el año. Sabe que nació justo
después de la noche y justo antes de la mañana porque lo vio en los ojos de sus
padres. Ella sabe que nacer en ese momento exacto, que llegar en el instante
preciso a la vida de alguien, no es cuestión de suerte. Es un don que te dan
quienes te aman cuando te aman de verdad."